Van caminando sin su estrella
los que no comen en la mesa,
ante la indiferencia del apóstata
que los apresura a toda hora.
Con un cincel y una guadaña
van labrando su destino,
en canteras polvorientas
del sepulcro de su sueño.
Con las piedras entre sus dedos
van perdiendo la inocencia,
ante el gastado alimento
que no sacia su tormento.
Ya no tienen resistencia
las horas que matan la complacencia,
de las manos que buscan un juguete
en las arenas del desierto.
¡Rostro ajado por el tiempo!
del envejecido niño andino,
trasluces en la mirada
las ganas de estar de nuevo vivo.
Piedra apuntalada por el llanto,
entre penurias sin aliento...
atestiguas la fortaleza
del niño trabajador por su grandeza.
viernes, 25 de diciembre de 2009
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